Monday, April 18, 2005

Un relato

La Srta. Vegas

Cuando yo era niño, el mundo era como un sueño—un sueño de bicicletas, papalotes, caramelos, y la Señorita Vegas. Vivía con mis padres y mi hermanito en Sevilla. Durante el año escolar tenía que ir a la escuela, por supuesto. La verdad es que no me molestaba tanto ir a la escuela, porque estaba enamorado de mi maestra: la incomparable Srta. Vegas. Ella era tan bonita, tan simpática. Le escribía cartas de amor describiendo la profundidad de mis sentimientos, pero nunca se las di. No sé por qué. Tal vez porque sabía que ella no estaba preparada para recibir mi amor. Tal vez porque estaba avergonzado. De todos modos, pasaba mis días en la clase, admirando a ella y su letra perfecta. Una letra tan precisa como las matemáticas, pero tan expresiva como la poesía.

Cuando el verano empezó y mis clases terminaron, yo lloraba y lloraba por las horas y los días y los minutos que ya no pudo pasar con mi Srta. Vegas. Era tan triste que ya no parecía que nada podía consolarme. Mi madre pensaba que yo no quería ir a la playa—el lugar a donde siempre viajábamos durante los veranos—porque temía al agua. No temía al agua, sino que temía que nunca iba a ver a la Srta. Vegas de nuevo.

Sin embargo, ese verano en particular, el verano de ’96, el destino se me presentó. Ese verano, cuando estaba en la playa de Málaga con mi familia, vi a la misma Srta. Vegas tomando el sol en la misma playa. No podía creer que ella estaba allí, pero era cierto. Sabía lo que tenía que hacer. Yo ya tenía doce años; era una edad ideal para el primer beso. Hasta entonces, nunca había besado a nadie, salvo a mi madre, supongo. Pero nunca había tocado los labios de otra chica con los míos.

Estaba decidido. Ella estaba acostada, encima de su toalla con sus ojos cerrados, posiblemente dormida. Me acercaba lentamente hacia mi destino, hacia mi primer beso, hacia el resto de mi vida. La arena me quemaba los pies. Me faltaban diez pasos. Seis pasos. Cuatro pasos. Yo estaba allí, yo estaba listo.

De repente un hombre feo surgió de la nada y besó la mejilla de la Srta. Vegas—mi Srta. Vegas—al mismo tiempo que una nube gruesa cruzaba el sol.

Me escapé rápidamente de la escena. Me sentía como no podía controlar mi mente turbulenta. Corría hacia el mar, hacia lo frío, cuando un relámpago de lucidez me golpeó al entrar en el agua: el otro sólo había besado la mejilla de la Srta. Vegas, los labios todavía eran míos.

1 comment:

  1. me gusta!
    hoy: of montreal? no sé!! papers...

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